El precio del placer
CUENTOS CORTOS
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Foto: freepik.es |
La había visto entrar a la tiendita de la esquina. Su olfato hormonal no le falló. Ella traía en sus caderas unas ganas de sentirse mujer difíciles de disimular . A sus quince se sentía miserable y zarapastrosa. Transcurrían dos años ya desde que su padre la trajo consigo de una montaña remota de San José de Oriente. El maltrato de su madrastra la tenía agobiada. Un día quizo envenenarla movida por esa ira berrionda típica de sus ancestros.
Este man siempre ha sido una suerte de misterio , clavó sus ganas viriles en la ternurita de mujer que era esa niña apenas la vio. Siempre se sentía perturbado por la idea de dar a concebir pues creía que su vida no pasaría de los 40 años. Un día lo proclamó delirantemente mientras chupaba trago y hablaba de armas y guerras imaginarias . En el fondo ella y él sentían una premonición que bien pudo haber sido un un milagro con el correr del tiempo; él buscaba una virgen de ojos verdes y ella alguien que le quitara la idea de envenenar a su madrastra. Y bueno, se pillaron en una tiendita de paisas recién llegados al barrio.
No fue rápido. Yo pienso más bien que no tuvieron límites para dejarse llevar por el calor frenético que se apoderó de ellos. Luego, al día siguiente - a la misma hora- aconteció que de un solo tirón él la jaló y ella se dejó llevar. Caminaron hacia la otra esquina bajo un solazo aparentemente confidencial, se miraban y se demandaban con el rubor y la risa cómplice de una pasión creciente, un hormigueo los humedecía en medio del sofoco.
A la primera embestida se sintió despojada de tanta ignominia que jadeó con un cántico celestial mientras experimentaba un movimiento vertiginoso bajo su ombligo, como si algo le estuviera habitando las entrañas. Al terminar, no quiso colocarse el chorsito mugriento que lavaba día de por medio. En cambio, se puso un suéter rojiblanco deportivo para cubrir su cuerpito de ángel sudoroso que él reverencialmente le obsequió.
Salieron contentísimos y muy armados de coraje cuando el filo de la muerte le atravesó el cuello a él de un cuchillazo que derivó en un pozo de sangre en el pavimento. Ahora el calor evaporaba la sangre en el ambiente y a ella le sobrevino un vómito untado de mucha saliva que jamás había experimentado.
Por: Carlos Oñate López
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