La vida sabe a desgano
SOCIEDAD
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Fotografía: Alex Gutiérrez |
Este
trasegar de los mortales cada vez se vuelve más denso, lóbrego, sombrío y
desesperanzador. El miedo generalizado y el pánico se han convertido en el
signo de los tiempos. ¿De cuáles tiempos? –Todos aquellos, ora en antaño, ora
en hogaño, en que ha habido conciencia y noción de las vicisitudes humanas. Es
decir, durante la secuencia de las edades de la historia que ha venido
diseminando sus propias piltrafas.
Cavilar
sobre el origen del temor y de otras tantas conductas, perjudiciales o no,
asociadas a la fragilidad del individuo, voluble e indescifrable, es, ni más ni
menos, el fruto de su naturaleza inquisidora e inestable. El bien, el mal, el
tiempo, el espacio, la fugacidad implacable de los años, la vida, la muerte,
las ínfulas de eternidad, son permanentes sibilinos; puntos ineludibles en los
que el pensamiento se explaya sin divisar un final.
¿En
qué momento halló cabida toda esta pesadilla y todo este horror que tiene como
escenario la percepción y la lucidez de la especie? –Basta sugerir algunas
respuestas, teológicas o no, para sospechar de sus limitaciones e impotencias
al tratar de resolver semejante meollo existencial. Dejando las posibilidades
abiertas al anterior cuestionamiento, sin pretender siquiera insinuar en el
punto de partida del infortunio del hombre, es necesario decir, sin
remordimientos, que ninguna circunstancia, por sí misma, es nueva o diferente
en el curso de la estancia terrenal.
Entonces,
¿por qué el hombre sigue temiendo ante la amenaza de males y peligros? Amalaya,
saber que quienes le precedieron han arrostrado perplejidades sin número
pudiera, por lo menos, atenuar su inquietud y desasosiego pero no, no sucede
así. Hannah Arendt, en su famoso ensayo sobre la banalidad del mal, escribió:
<<una vez que sucede un acto tan terrible y sin precedentes es más
probable que se repita pues […] se convierte en un antecedente y en una
posibilidad>>.
La
humanidad vive aferrada a cosas, tangibles e intangibles, que no le pertenecen
y por eso lleva, constantemente, una pesada carga de agobio y zozobra. Es
innegable que hay perversidad y propósitos maquiavélicos detrás de los
recientes estados de morbilidad de miles de personas alrededor del mundo
causados por el ¿nuevo? virus cuyo nombre ya hastía mencionar. Quienes infunden el pánico también se proclaman amos y señores
de las salidas a las crisis. ¿No es esto un tema de la más digna reflexión?
Al
palpar el estado de cosas actual: pandemias, gobiernos llenos de eufemismos y
de lenguaje ampuloso, calles y avenidas colmadas de un silencio espectral por
causa del miedo al contagio, procesos educativos, económicos y sociales
entorpecidos y los casos de infectados en aumento, se puede congeniar con los
poetas: <<dichoso el árbol que es apenas sensitivo y la piedra dura
porque ésta ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
[…] >>. << ¡Oh que misterio espantoso es este de la existencia!..
¿Por qué vine yo a nacer y quien a padecer me obliga? >>.
O,
con salomón, afirmar: <<he llegado a aborrecer la vida pues toda la obra
que se hace debajo del sol es fastidiosa, por cuanto todo es aflicción de
espíritu>>. Y entonces, llenos de pavor y de respuestas etéreas, terminar
llevándonos la impresión de que esta vida sabe a desgano.
Por:
Alex Gutiérrez Navarro.
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