Pescando a Barrabás
CUENTOS CORTOS
Por: Carlos Andrés Oñate
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Imagen: freepik.es |
Eran un par de amigas que vivían de fiesta en fiesta. Inseparables y confidentes desde antaño: Margarita y Josefina; decididas a cumplir su deseo, emprendieron la tarea de buscar marido. El reloj iba en su contra y ellas mismas presumían ser buenos partidos en la acostumbrada noche de chicas de los sábados. ¡Tomadoras de trago si, pero con títulos profesionales y complacientes! -se decían entonadas por unas cervezas-. Rondaban por los treinta años , conocían los artificios del maquillaje y el escote desde sus veinte, presumían su posición con la suficiente valentía de arriesgarse a hacer por los hombres lo que nunca le hicieron a ellas.
Barrabás era un tipo apuesto que imitaba zopencamente las costumbres de los chicos de élite de la época. Cierto día, después de haber comprando unos zapatos, los exhibió a mi encuentro . Sus maneras, evidentemente presumidas, hicieron salir de la caja los botines con una torpe galantería que los terminó arrojando a un charco en la calle del Cesar. Ese día, tendría una noche memorable.
Mientras Margarita terminaba de maquillarse frente al espejo, veía pasar en sus pensamientos las desgracias y los rastros de dolor que en su carne habían dejado los supuestos hombres educados que siempre ligaba. Josefina lo sentía con pesar y recordaba el odio que la condujo a apuñalar a su pareja después de haberla encontrado con su hermana justo al lado de su cama en un doggystyle. Ese día, finalmente resolvió trabajar sin tregua; tomo sus chiros y se largó a casa de su tía.
Ni los zapatos, ni el maquillaje, ni una tentativa de homicidio pudieron evitar que la noche se apoderara de Barrabás y Margarita. Elevados en una nube de donde no querían bajar, se sentenciaron el uno para el otro en esa noche de cacería sigilosa. Josefina presentía la misma carga y los mismos rastros de dolor que siempre tenía que soportar Margarita. El problema no era la llegada de otro fantoche a su lado, el problema era sus desesperadas elecciones.
Por: Carlos Andrés Oñate
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