El amigo del alcalde


CRÓNICA
Foto: Alex Gutiérrez

Al fondo se dejaban oír los sonidos equívocos de un desvencijado receptor electromagnético que a esa hora estaba en sintonía con la emisora comunitaria del pueblo, la cual transmitía su recurrente franja musical matutina. Eran murmullos radiales que emulaban la resonancia de los viejos gramófonos del siglo XX. Parecían provenir de un lugar indefinible, debido a la parsimonia de las circunstancias y al volumen moderado del audio. Se asemejaba a la música de vitrola que amenizaba los fines de semana en la cantina de la <<Negra Coqueta>> y que en las madrugadas del pueblo de El Silencio, oída a lo lejos, “causaba inquietud porque no se sabía dónde se originaba”.

Aquella mañana soporífera de septiembre pronto se desvanecía por un sol inexpugnable que iba dando paso a las horas vespertinas. Ana, la costurera de la casa, apuraba el zurcido de varias prendas del vecindario para disponerse a elaborar el recargue metabólico del medio día. Un ave típica, colgada en el mediano árbol de mango de la esquina posterior de la casa, acompañaba ese momento de calor pertinaz y llamaba a lucho con su sonido gutural. Las flores trinitarias se daban ínfulas primaverales y eran acariciadas por una brisa aterciopelada en la víspera de la hora sexta del día. La quietud del tiempo evocaba épocas de arcadia campesina. Ese era el estado de cosas, cinco meses antes de la muerte del amigo del alcalde.

“El cachaco Quintero”, como lo conocían en el último pueblo de su peregrinaje y lugar definitivo de su estancia terrenal, había emigrado de su natal Palmira, Valle del Cauca, en ocasión de una de esas décadas infaustas de violencia partidista de la pasada centuria. Esa historia lúgubre, horrible noche que aún no cesa, quedó definida por un renombrado escritor tolimense, quien arguye que “la gente y las familias del campo, que habían fraternizado por mucho tiempo en el trabajo y en la pobreza, amaneció de pronto dividida en oro y escoria” (Ospina, p. 138). Bastó el improperio de un tío de ideología conservadora, con quien vivía el cachaco, para que éste resolviera lanzarse a una odisea que lo condujo por pueblos del eje cafetero, del interior del país y, finalmente, a la región caribe: <<eres el único hijo de puta liberal que me ha pisado la casa>>.

Los pueblos de la costa Atlántica en los que Quintero se ganó la vida a través de labores campesinas, fueron: San José de Oriente, Pueblo Bello, Varas Blancas y Arjona, en el departamento del Cesar. San José y Pueblo Bello son localidades de climas templados. Uno está surcado por la Serranía del Perijá y el otro, es la terraza de la Sierra Nevada de Santa Marta. Varas Blancas es un corregimiento del municipio de La Paz, al suroccidente de Valledupar, poseedor de una gran despensa agrícola y Arjona es un corregimiento de Astrea, jurisdicción ubicada al suroccidente de Valledupar.

Conoció a su compañera sentimental en San José de Oriente, en el año 1980, con quien tuvo un hijo. También impartió crianza a una hija adoptiva que fue desaparecida por un grupo guerrillero de izquierda el 5 de mayo de 2006 y, hasta hoy, se desconoce su paradero. El dolor de esta separación estuvo acentuado hasta el ocaso de su vida, en el municipio de Robles. Aunque no contrajo nupcias, vivió, tal vez, más feliz con su señora que muchas parejas casadas. En dicho corregimiento fue cultivador de cannabis; un minifundista de nombre Tiberio puso a su disposición 4 hectáreas de tierra para tal fin. Era la época de la bonanza marimbera que tuvo como epicentro el departamento de La Guajira, entre 1975 y 1985.

Fue corto su tránsito en Pueblo Bello. Estuvo por espacio de cuatro meses en el 1984. Allí se ganó la fama de buen recolector de café. En Varas Blancas, entre 1984 y 1986, trabajó en la fina La Arboleda, de Álvaro Castro Baute. En Arjona, entre 1991 y 1994, administró una hacienda de un latifundista de nombre Yamil Pino y se hizo de muchas cabezas de ganado. De las actividades pecuarias, obtuvo grandes dividendos. Fueron épocas de prosperidad y abundancia económica. Con las ganancias obtenidas en estos menesteres, compró, a mediados de la década del 90, en el municipio de La Paz, la que fue su vivienda hasta las postrimerías de su existencia. Allí persiste el retintín de la máquina de coser y el sonsonete del radio receptor. La voz de Jose Reinel Quintero, nombre de pila del ‘cachaco’, hoy es tan solo parte del recuerdo imborrable de Ana, su compañera.

Una vez radicado en La Paz, agudizó su pálpito comercial y aprendió a elaborar los famosos raspaos, de amplia tradición en la costa caribe colombiana. Un señor, conocido con el seudónimo de ‘mono rubio’, le alquiló el que sería su primer triciclo. Allí tenía el instrumento con el que trituraba el hielo e incrustados en varios compartimientos las mieles saborizantes. Con los lucros de este primer trabajo, mandó a elaborar su propio velocípedo y compró una nueva máquina fraccionadora de hielo. Se esforzó siempre en ofrecer el mejor servicio y, según él mismo aseguró en vida, perfeccionó constantemente sus fórmulas para agradar al paladar de sus clientes. Por ese entonces, consiguió que su compañera aprendiera el arte de la modistería. Por lo demás, estaba muy bien relacionado socialmente.

El cachaco estimó profundamente haber tenido en la baraja de sus asiduos clientes a uno de los alcaldes más recordados del municipio de La Paz: Hernán Morón Araújo, quien fue asesinado por hombres fuertemente armados la tarde funesta del 7 de enero de 1997. Se convirtieron en excelentes amigos; tanto así, que Quintero tenía autorización de ingresar todos los días al despacho de la primera autoridad municipal para entregarle su predilecto raspao de tamarindo.

Hasta aproximadamente, finales del 2015, Jose Reinel Quintero llevó a cabo su oficio comercial en el municipio de La Paz, con la fervorosa dedicación y entrega de antaño. Su salud empezó a desmejorar. De manera furtiva, su esposa y su hijo lograron vender su viejo triciclo para hacerle desistir de la idea de salir a trabajar. Era momento de descansar. Los años no llegan solos. Aquella mañana de septiembre de 2019, afirmó con el orgullo del que recoge buenos frutos: ¡es la hora y todavía recibo elogios!

El amigo del alcalde murió el 2 de marzo de 2020. Probablemente, esta semblanza devolverá su imagen en los parques del pueblo, en las afueras de los colegios, en las fiestas patronales, eventos culturales y fundingues patrocinados por candidatos políticos. Dejó una huella indeleble y un aporte, no pequeño, a la historia de esta tierra de hijos adoptivos.


Por: Alex Gutiérrez Navarro.


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